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kate barry |
En el rincón, allí estaba yo (una vez más) tal como él me había ordenado que estuviese aquella noche, hasta su vuelta del trabajo. Decía que era un castigo muy merecido y que por ser así, no usaría un implemento de los conocidos, sino que compraría algo nuevo y original, algo especial para aquel momento. No tenía ni idea a que instrumento se podía referir, así que además de la ansiedad por el castigo que se avecinaba, me estaba volviendo loca pensando que chisme es el que tenía en mente, aunque de lo que estaba segura, es que no me iba a gustar nada.
Pasaba más de una hora frente aquella pared y él no llegaba, así que harta de muro, decidí esperar agazapada tras las cortinas a que él regresara. Tras una larga espera, al fin el coche aparecía al final de la calle, momento en el que salí disparada hacia el rincón.
Cuando llegó a casa no vino a la habitación derecho, trasteó en la cocina y también pasó unos minutos en el salón, me quiere hacer sufrir, pensé, mientras los nervios me devoraban por dentro.
Al fin entró en nuestro dormitorio, se acercó despacito a mí y susurrándome al oído me dijo: "Eres una dama con suerte, el castigo se cancela".
Con cara de sorpresa me giré hacia él. Entonces me contó, que había habido celebración en el trabajo, así que entre charlas y cervezas, ya no tuvo tiempo de comprar “el juguetito”, por lo que el castigo tenía que ser aplazado.
Bastante alterada por el tiempo que me había tenido allí de pie (más el que pasé escondida), y también algo frustrada, le dije que eso no era una excusa válida, que esta vez había sido él, quien había fallado en sus obligaciones, por lo que retrasar el castigo no era suficiente y que debía ser anulado.
Como ante esto, él no tenía defensa alguna, enseguida recurrió al socorrido recurso de que si había quejas, se doblaría en número de azotes, y sin más, se fue al salón y se puso a ver la televisión. Así que ahora confusa, decepcionada y sobre todo furiosa, sigo analizando la situación y considero que este castigo está fuera de lugar y no es nada justo. Y vosotros ¿qué opináis?
Autor: Marita Correa